Volver a pisar la arena


Supongo que a todos nos pasa un poco mismo.Un día llegamos a un sitio y caemos rendidos a sus pies. Amor a primera vista. Así, como si nada.

También supongo que todos tenemos ese sitio al que estamos deseando volver, del que jamás nos queremos ir y al cual el destino siempre nos devolverá.

Corregidme si me equivoco pero creo que la rutina ya se nos empezaba a hacer pesada. Habíamos llegado a ese punto de saturación, ese en el cual los días son cada vez mas largos -y no solo por el cambio de hora, ojalá-. Y por fin, unas merecidísimas  vacaciones. Un poco cortas para mi gusto pero ya sabeis que las vacaciones nunca duran lo que deberían.

Unos días para dedicarlos al : yo, mi, me, conmigo, básicamente. Bueno, a eso y a los tropecientos exámenes que se nos vienen encima. Pero bueno, ese tema ya lo abordaremos mas adelante.

Es curioso descubrir que todos en mayor o menor medida estamos fuertemente ligados a algún lugar. Las raíces tienen que crecer en algún sitio...

Yo tengo un sitio del que nunca me cansaré, al que siempre volveré y del que nunca me querré ir. 

Suena el click del cinturón, el maletero a reventar. 440 km después y tras alguna que otra cabezadita, vuelvo a disfrutar de ese olor a mar y a hierba recién cortada. 


Se me había olvidado ya lo que era echar un vistazo hacia el horizonte y apreciar el limite en el cual el cielo despejado se acaba fundiendo con el mar. Tonalidades que jamás imaginé. Ardientes atardeceres. Y es que cada puesta de sol supera a la anterior.


Sensaciones como volver a pisar la arena. Volver a tumbarme al sol.  El caminar por la playa mientras alguna ola -helada, por cierto- consigue alcanzar mis pies descalzos. Esa sensación. Inmejorable, de hecho.

Bandas sonoras que deberían ser candidatas a los Grammys Las olas del mar rompiendo contra las rocas, por ejemplo. La verdad es que no creo que haya mejor melodía que el sonido del mar. Perfecta para echarte una siestecita con ella de fondo...


Paseitos y aperitivos. Una ración de rabas. Un día de lluvia seguido de sol, sol, sol y más sol. Otra vez el pronóstico se equivoca. Siempre lo hace. 
Una cosa está clara, aquí en el norte, nunca sabrás si prepararte para el diluvio universal o no. 

Atención y cuidadito con las leyendas urbanas, que no todas son verdad. Me remito a la leyenda de las vacas tumbadas. Los del norte, sabréis a lo que me refiero; los de sur, quizás no hayáis oido hablar de una vaca tudanca, y puff, no sabéis lo que os perdéis.

Y me permito seguir fardando de este fantabuloso sitio. Un sitio famoso por sus tardes sin fin en la playa. Los planes de siempre, con los de siempre. 

Una cenita en Quovadis. Una piña colada. Un madrid- barça en el club. Que gane el mejor. Como era de esperar, el mejor, gana. Unas buenas y blancas noches.

 El tiempo pasando - a una velocidad temeraria-  entre partidas de cartas. Un billar. Tardes de surf. Neoprenos para combatir frío del cantábrico. 

Una brisa que te recuerda que lo mejor está aún por llegar. Que aunque queda poco, el verano aún no ha llegado. Empieza la cuenta atrás y esa, es la mejor parte

Un mismo sitio. La historia se repite pero aún no tiene un final. La verdad es que no lo necesita y nosotros tampoco queremos dárselo. 

Yo tengo un sitio en el que el insomnio no tiene hueco. En el que dormir 12 horas sin interrupciones se convierte en una adicción.  Un sitio con encanto, alejado del asfalto y el aire condensado de mi querido -y también alborotado- Madrid. 

Yo tengo un sitio en el que dormir la siesta implica perder literalmente el conocimiento. Cada despertar conlleva varios minutos de Amnesia temporal provocada por el aturdimiento de no saber ni qué día naciste. 

Es un sitio que tiene algo. Un nosequé que te engancha. Que te crea una dependencia de la que difícilmente te librarás.

Yo tengo un sitio en el que los días se exprimen al máximo. En el que no tienes tiempo que perder. Un sitio en el que por no tener no tienes ni megas. 

Un sitio en el que aprendes a disfrutar mas de las personas. En el que los móviles pierden ese protagonismo que nosotros, ingenuos, les hemos dado.

Supongo que no me equivocaba cuando al principio de este post decía que todos tenemos un sitio al que estamos deseando volver. 

Yo tengo un sitio que nunca olvidaré, al que siempre estaré deseando volver y tal vez la clave de ello sea que yo nunca me fui.



Comentarios

  1. Por suerte, yo también tengo un sitio así. Aquí no tenemos tardes de surf ni noches blancas, pero sí grandes momentos como los que describes. Momentos en los que robamos tiempo al tiempo, en los que la arena acaricia nuestros pies, o tardes inmejorables aunque el plan sea estar en casa. Así que gracias por recordarme este pueblo del que nunca me iré.

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