Volver

Cierro mi maleta con dificultad mientras soy consciente de que esta vez voy a darle uso al 100% de lo que llevo en ella. A mí ya no me gana nadie en esto de hacer maletas...
Supongo que en estas ocasiones es inevitable echar la vista atrás. Apenas dos semanas bastan para recordarle a alguien eso de que las cosas importantes de la vida no son cosas. 
Cuando me fui hace cuatro meses, una parte de mí desbordaba inseguridad por no saber qué se encontraría a la vuelta. No caes en la cuenta de que cuando te vas, el mundo de los que te rodean sigue girando y sólo el de unos pocos lo hace más despacio, tratando de acompasarse al tuyo que lo hace con 9 horas de diferencia. 

Y es reconfortante comprobar que la distancia no puede acabar con las tradiciones que compartes con aquellos cuyo mundo trata de adaptarse a la velocidad del tuyo. 
Y sin darte cuenta vuelves a estar tumbada en el sofá con tu mejor amiga hablando y riendo como si el tiempo no hubiera pasado, como si no llevarais más de tres meses separadas. Como si Whatsapp no hubiera cotilleado vuestras conversaciones y Facetime no se hubiera entrometido en vuestra rutina...

Y te cuesta creer que las conversaciones cara a cara hayan desbancado a las de Skype en las que haces de todo menos hablar y en la que tu amiga parece retrasada el 90% del tiempo por culpa de la cámara que se congela cada 30 segundos...

Y entonces, zasca. Justo cuando ya te habías adaptado a esa nueva rutina, justo cuando ya todos se habían hecho al cambio horario y se habían acostumbrado al hecho de que no estás, ahora que ya te habías acostumbrado a tu rommie que es más rara que un perro verde, justo cuando empezabas a sentirte como en casa, justo entonces llega el Winter Break y lo desmorona todo dejándote disfrutar durante menos tiempo del que desearías de todo cuanto tantísimo has echado de menos....

Y llegas a Madrid y te das cuenta de lo mucho que has echado de menos sus atascos, de lo bien que sabe todo un jueves o viernes por la noche en La Pequeña, de que el Postureo sigue estando de moda y de que Revolver estaba en lo cierto cuando cantaba aquello de "nadie cena como en casa si la que guisa es mamá".

Y supongo que no hay mejor señal que la de llegar a casa tras más de tres meses y decir eso de "¡pero qué quieres que te cuente, si ya lo sabes todo!" 

Porque nadie dijo que las relaciones a distancia fueran fáciles. Pero mucho menos fácil sería despertarte al otro lado del charco sin un mensaje de tu amiga, esa que va en el bus de camino a clase recordándote que cada vez queda menos para verte y pidiéndote consejos sobre como huir del sujeto X que quiere charlar con ella todo el camino.


Y llegas a Madrid tras un viaje infernal con la cara comida prácticamente por el cansancio de las últimas 36 horas y están allí. Estas desbordan alegría mientras sujetan un cartel que solo Palfy podría hacer tan bien y lo hacen con una sonrisa de oreja a oreja que hace que te olvides de que estás probablemente más fea que nunca...

Y tratas de disfrutar el momento mientras te las ingenias para alargar tus días y acortar las noches, a veces al contrario. Siempre tratando de recuperar el tiempo perdido. Y supongo que es normal sentir un poco de pena al volver a dejarlo todo atrás pero una parte de mí está ya deseando el reencuentro con los Huskies al otro lado del charco.
Y es ahora cuando ya tengo las maletas hechas y las pilas cargadas cuando me doy cuenta de que volvería a coger ese avión otras mil veces más, que volvería a pasar 36 horas sin dormir y haría cualquier cosa simplemente por volver a casa por Navidad.

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